Yo no digo que sea bueno volverse adicto;
nomás digo que a veces la adicción a una sustancia puede hacer que uno obtenga
logros muy valiosos, como recibirse de médico, por ejemplo. ¿Quién diría que
yo, Nelson Hook, un veinteañero, podría transformarse en el Doctor Hook? Pocos.
Ciertamente no mi viejo.
La mención de mi padre no es casual: él
mismo es la imagen de un adicto. Adicto al alcohol, como buen irlandés, pero a
diferencia de mí, no consiguió absolutamente nada en la vida. Sé que suena muy
fuerte, pero no deja de ser verdad. Y ojo, no le guardo ningún rencor: mi
juicio parte de datos objetivos y no del odio, a pesar de que soy conciente que
en mis 22 años de edad jamás obtuve de él una sola frase de aliento o alguna
muestra de cariño. Tal vez me afectó a un nivel inconsciente; vaya uno a saber.
Antes dije que la adicción a una sustancia
a veces te permite conseguir algunas cosas, pero eso no es del todo cierto: no
es la adicción a la sustancia; es el perfecto balance entre la desesperación
por la dependencia física y la racionalidad de un estratega.
Antes de pincharme con morfina por primera
vez, yo era un acomodador de supermercado sin mucho futuro; luego de volverme
adicto me inscribí en la facultad de medicina para tener más fácil acceso a la
sustancia durante los interinatos. Luego, entre una cosa y la otra, me recibí
en tiempo récord y con honores.
Qué cosa linda la morfina. Y qué cosa fea
los pacientes; al menos cuando uno está sobrio y limpio. Es por eso que, como
cualquiera puede suponer, atendía drogado a mis clientes. Pacientes. “A mis pacientes”
quise decir. Aunque, bueno, en realidad algún paciente era a la vez cliente,
porque mi acceso a la morfina era casi ilimitado, así que podía darme el lujo
de vender un poco, de permutar otro poco (no sólo de morfina y alcohol vive el
hombre: existen el ácido y la merca) y también, por supuesto, de canjearla por
favores sexuales de los más extravagantes.
El único problema es que hoy en día no me
siento motivado a continuar estudiando medicina, a continuar perfeccionándome
en esto, porque todo lo que deseaba (morfina, sexo y más morfina)ya lo tengo.
Tal vez encuentre la motivación en hacerme de más dinero, pero todavía no lo he
pensado en profundidad. Tal vez invierta en el terreno de la construcción o en
alguna fábrica. No sé. Ando con ganas de empezar a aspirar pegamento y ver a
dónde me lleva.
La moraleja de estas anécdotas: la
motivación es el motor que nos impulsa a prosperar y a modificar la
circunstancia.
Hay que drogarse con algo.