El regreso no existe,
ya sé,
pero la tentación era mucha.
Creo que eso me justifica.
Cuando después de tanto tiempo
te volví a ver
me quedé con la mirada fija en tus ojos,
y los vi tristes, apagados,
dolidos.
Eras otra.
Eso duró menos de un segundo.
Después vino tu sonrisa,
claro,
y tu sonrisa tapa todo.
Tu sonrisa da vida. Y yo necesitaba.
Me iluminaste,
pero del pecho para adentro,
que es el mejor lugar
que me podías iluminar;
había tantas luces, tantos colores,
que todos los demás
caminaban a tientas,
enceguecidos.
Pero se me fueron los días volando.
No pude volver a Francia
a terminar
lo que habíamos dejado pendiente.
Se me fueron los días y no hubo vuelta.
Anoche eras una sombra.
No sé qué pasó,
pero eras una sombra
de aquella que fuiste antes.
Y ahí se me oscureció todo,
del pecho para adentro.
Sabía que la oscuridad
daba miedo;
no sabía que además dolía.
A lo mejor da miedo porque duele.
No sé.
Hoy me desperté
y me miré al espejo:
tenía tus ojos tristes
y no tenía sonrisa.
Me estuve mirando un rato,
en detalle.
Y ahí decidí quedármelos:
a lo mejor así,
la tristeza de los ojos,
se te va,
para siempre.
Permitime al menos,
conservar mi sombrero,
mi uniforme,
tus ojos tristes
y mi ingenuidad.