domingo, 29 de abril de 2012

Chicle



Es como le dije a la señora de la libretita,
 la de los ajases,
o como le dije a mis amigos,
en noches de confesión y borrachera:
no es que esté deprimido,
es que estoy triste.

Es que tengo una de esas tristezas que solo vos me podés dar,
y caminé esas cuatro cuadras,
con la campera desprendida,
con el llanto abotonado hasta el cuello,
apretado;
 masticando esa tristeza de frutilla,
mascando y mascando, mecánicamente,
pensando otra vez en lo mismo,
una vez más.

Tratando de hacer un globito de tristeza ,
el llanto se me desabotonó.

Pero no lloré, me contuve.
Hice algo aun peor:
me pregunté
¿y qué hago ahora yo?

domingo, 15 de abril de 2012

El Puente


                                                                          Con la fundamental colaboración de Adrián Pérez.



Íbamos viajando en ómnibus. Mi amigo Adrián, fuente al parecer inagotable de ideas novedosas, me dijo que le parecía interesante la idea de flechar las veredas, haciendo que la gente caminara en una sola dirección, igual a como pasa con las calles. A mí me pareció una buena idea. Para los aborígenes del barrio de Peñarol como nosotros, el fenómeno de “flechar calles” es relativamente nuevo, de modo que flechar veredas en el barrio sería algo así como ponerse a la vanguardia de un cambio que podría tener alcances más allá de nuestra aldea. Era nuestra oportunidad, pensamos, de hacer una especie de plan piloto en las veredas del barrio, y ver qué pasaba.
Nuestro primer problema fue planteado por el mismo Adrián: puede pasar que una persona que camina por una vereda quiera alcanzar a otra que va por la vereda de enfrente flechada en dirección contraria y tenga que dar toda la vuelta a la manzana. Yo le sugerí, recuerdo, que las veredas deberían estar fechadas de un modo tal que al llegar a una esquina uno pueda cruzar a la vereda de enfrente siguiendo la dirección de la flecha sin romper ninguna regla de tránsito. Es decir: debe haber algún tipo de continuidad de una manzana a otra. Él fue un poco reacio al principio, pero luego aceptó la idea.
Estuvimos un buen rato conversando sobre situaciones posibles como consecuencia del flechado de calles cuando algo se me ocurrió: ¿qué hacemos con El Puente?
El Puente es un lugar histórico del barrio, que comunica dos calles pasando por encima de la vía del tren. Inmediatamente Adrián me respondió que El Puente no debe ser flechado, porque es patrimonio de todos, y además, no es una vereda. Claramente tenía razón.

Unos minutos después- luego de haber cambiado el tema de conversación incluso- se me ocurrió algo, e interrumpí a quien estaba hablando para plantear mi propuesta: podríamos flechar las veredas de las calles que llegan a El Puente, pero en direcciones contrarias; de esta manera una vereda que llega hasta El Puente permitiría subir y caminar por él, pero al llegar al otro extremo no se podría bajar, porque las otras veredas estarían flechadas en dirección hacia El Puente. Subiendo por el otro lado, sucedería lo mismo.
Adrián se mostró interesado en mi idea, y me hizo notar que no toda la gente que pasa por El Puente sabría que la calle del otro lado está flechada hasta haber subido, y que podría quedar allí atrapada por error; si uno quisiera volver sobre sus pasos para salir por la entrada de El Puente por la que subió, se encontraría siempre con unas veredas flechadas en dirección contraria. Me entusiasmó la idea.
Concluimos luego que bien podría suceder que en el puente vivieran atrapadas muchas personas que por error intentaron pasar al otro lado de la vía por El Puente. Yo imaginé gente hambrienta pidiendo pizza por teléfono a la pizzería y a una serie de deliveris atrapados por llevarles comida. Tal vez luego del segundo delivery que no regresa al comercio dejarían de enviarles comida; en eso no pudimos ponernos de acuerdo. También se me ocurrió que algunos familiares desesperados por la pérdida de algún ser querido atrapado en El Puente voluntariamente podría subir a él para pasar su vida juntos, allí. 

Adrián me hizo notar que eso podría tener dos cosas remarcables: la posibilidad de sobrepoblación en el puente y la posibilidad de que se cree una sociedad dentro de él, con características distintas a la nuestra. Imaginamos –antes de distraernos en algún asunto menos importante- a un señor anciano, contándole a un niño recién llegado a El Puente cómo había llegado, diez años antes.
Luego, la vida continuó.