martes, 17 de noviembre de 2009

ILUSIÓN ÓPTICA

Era una tarde calurosa de Octubre; yo observaba con atención lo que sucedía fuera de la camioneta. El conductor era el hermano de un amigo, que califica como “conocido” y que por lo tanto, de vez en vez, me dirigía la palabra obligándome a dejar de prestar atención al paisaje.

Las charlas eran bastante livianas en cuanto a su contenido, pero me obligaban a ser muy cuidadoso con las palabras que elegía y con mi lenguaje corporal. Los temas eran peligrosos: fútbol, política y la anatomía de algunas mujeres famosas. En éste último punto tuve alguna dificultad dado mi total desconocimiento de las mujeres que él mencionaba, pero lo solucioné con mis dotes actorales fingiendo saber de lo que hablaba; en cuanto a la charla política tuve algunas dificultades para comprimir mil ideas a un insignificante instante, que era lo que me quedaba entre opinión y opinión del conductor; por último, en el tema fútbol mis dificultades radicaban en dos visiones antagónicas del juego verdaderamente irreconciliables que para mi sorpresa no derivaron en una larga y acalorada discusión, sino más bien en un brusco cambio de tema, que eventualmente se transformó en silencio. Más allá de eso, el viaje no me generó demasiado estrés. Lo que sí me generó, fue risa.

Los rayos solares caían con fuerza sobre 8 de Octubre y la escena fuera de la camioneta parecía adquirir mayor vitalidad. Recostado en el asiento observaba todo. Mi compañero de viaje hacía lo mismo.

-¡Mirá esa morocha!- exclamó Rúben, echándome repetidas miradas eufóricas. Había mucha gente cruzando la calle, o esperando para cruzar, y el sol daba justo en mi cara, así que no la ví. Rúben no lo entendió así de fácil.

-¡Pero cómo que no la ves!

-No la veo- dije yo, tímidamente.

-¡Está ahí! ¡Ahí! ¡Es la morocha de blanco!- gritaba Rúben con entusiasmo. Entretanto, la camioneta se acercaba cada vez más al lugar en donde la morocha estaba. Y fue allí que la ví.

Si bien es cierto que era morocha y vestía de blanco, no era precisamente lo que yo esperaba ver, en especial después de tanta euforia. Era una niña de unos ocho años, vestida con túnica escolar, cargando con una mochila y su XO bajo el brazo.

Rúben la miró. Su expresión cambió. Rúben me miró. Yo lo miré. Yo no sabía muy bien qué decir; él, mucho menos.

-Está todo bien, mirá que ahora las niñas vienen muy creciditas; ésta seguro que ya va al baño sola- le dije. Rúben se mantuvo en silencio, y siguió así durante todo el viaje.

No es que yo esperaba conversar mucho al respecto de lo que había pasado, pero tampoco esperaba ese silencio sepulcral. Tal vez un “me equivoqué” hubiese sido suficiente; o un “suelo cargarme niñas de escuela, pero veo que vos no”, que hubiese sido un buen inicio de charla que seguramente derivaría en alguna otra que nos haría olvidar de la situación incómoda por la que él, y yo, indirectamente, habíamos pasado.

Lo peor de todo era que ese silencio iba a durar todo el camino de regreso hasta Peñarol. Y faltaba mucho.

lunes, 16 de noviembre de 2009

Duda

-Hola. Soy agente de la policía secreta y me gustaría hacerle unas preguntas. La primera: ¿ahora que le dije que soy de la Policía Secreta y ya no hay secreto, dejo de formar parte de ella?

lunes, 2 de noviembre de 2009

Súper poder

Algunos de nosotros, en algún momento, es probable que hayamos pensado una respuesta para la siguiente pregunta: ¿qué super poder te gustaría tener?

Yo nunca estuve del todo seguro de qué súper poder me gustaría tener. Algunos de mis pares rápidamente se decidían por “volar”; otros, en menor cantidad pero con similar euforia, elegían “superfuerza”; otra opción muy popular era “ser invisible” (ésta traía la aclaración posterior “cuando yo quiera”) y otros, como yo, sin estar del todo convencidos, elegíamos “detener el tiempo.”

Pero ahora me dí cuenta de lo que en verdad quiero. Mi súper poder elegido sería “hablar todas las lenguas del mundo”. Todas. Desde lenguas muertas, a dialectos de pueblo. Todas.

Aunque no me dé el tiempo para hablarlas. Quiero conocerlas todas.