No había nada que hiciera sospechar vida humana alrededor; tan solo había una precaria acumulación de bloques, que si bien de cerca daba la sensación de tratarse de algo en construcción, a la distancia se antojaba más bien en ruinas de algún puesto de vigilancia antiguo.
La construcción constaba de tres paredes, aun no terminadas, de bloques rojizos y grises, alternados en una combinación bastante peculiar y horrorosa. Sentado en un tablón de madera, que era sostenido por los extremos con dos bloques grises, se encontraba un hombre, cebando un mate a unos pocos metros de la construcción.
El único sonido que interrumpía el silencio del lugar, era el de la bombilla del mate, que sonaba cada tanto, cuando el hombre terminaba el mate que daría paso al siguiente, con una lentitud que acompañaba el silencio y la soledad del lugar.
-¡Catalina!- gritó el hombre, mirando luego tímidamente en dirección a la construcción.
No hubo respuesta. El hombre tomó otros mates, durante unos minutos. Luego sacudió el termo y, ni bien verificó que el agua que contenía se estaba acabando, volvió a gritar.
-¡Catalina! ¡Catalina! ¡Vení si querés tomar algún mate, que se termina!
No hubo respuesta tampoco.
El hombre continuó tomando mate, hasta que se terminó el agua. Con lentitud, se paró, y puso a calentar más agua en la caldera que estaba apoyada en el pequeño soporte de metal oxidado, justo encima de la fogatita. Mientras el agua se calentaba, el hombre volvió a llamar a Catalina, pero ésta no respondió. “Se habrá dormido”, pensó el hombre. Pero de inmediato desistió de la idea; era muy difícil dormirse en un lugar tan incómodo como una edificación incompleta.
El hombre se puso de pie nuevamente y se dirigió hacia la construcción. Traspasó el espacio reservado para una futura puerta, y quedó parado entre las tres paredes, con la vista completa de la ruta lejana y del campo, a través del lugar donde se ubicaría la pared aun no construida. Catalina no estaba. El hombre, mientras volvía al tablón de madera para seguir haciendo mezcla, pensaba que tal vez él se habría dormido y Catalina se hubiese ido a caminar, a estirar las piernas por ahí.
Pasaron días y Catalina no regresaba. Según creía recordar el hombre, no había pasado ningún vehículo por la ruta, y mucho menos se había acercado alguien a la construcción. “Algo debió sucederle a Catalina”, pensó el hombre; pero no sabía muy bien qué hacer, a dónde ir; desde que se habían establecido allí, la construcción había sido su refugio, y los sobres de dormir su cama.
-¡Los sobres de dormir!- exclamó el hombre de pronto. Caminó unos pasos, y con una súbita sensación de angustia y pánico que subía desde la punta de sus pies hasta el corazón, constató que solo había uno; el que él había estado usando durante las últimas semanas. “Catalina se fue”, pensó el hombre. Echó una rápida mirada a la ruta, en espera de ver el cuerpo de su compañera caminando hacia él, cargando el sobre de dormir. Pero no fue así. Solo había carretera, y campo.
Pasaron semanas y Catalina no regresó. El hombre dejó de pegar bloques y construir, dejó de ir a robar frutas y verduras a la quinta del estanciero del campo vecino; se dejó vencer por la amargura, y la soledad se hizo insoportable. En su cabeza, sin embargo, se resistía a darse por vencido. Catalina todavía podía volver.
Luego de dos meses, la situación se hizo insostenible; el hombre no comía, tan solo se alimentaba de una esperanza que a veces tambaleaba, que por momentos parecía ser un sueño confuso. Por momentos, durante las noches calurosas, la mezcla de hambre y desazón le hacía dudar: ¿estuvo Catalina acá, alguna vez? Y si estuvo, ¿hice algo para que se fuera? Las noches de insomnio nunca le trajeron respuestas. Solo más preguntas.
Ya no estaba claro cuánto tiempo había pasado desde aquella tarde en que Catalina desapareció. El hombre nunca tuvo el coraje de salir a buscarla, de caminar los caminos desiertos, porque lo consideraba absurdo, casi un acto suicida; poca cosa había allá afuera que le indicara dónde buscar. Tal vez quedarse, de esa forma, también fuese un acto suicida, pero al menos el hombre sabía que Catalina había estado allí, o al menos, eso quería creer; y bien se sabe que ante la desesperación, uno se aferra a las supersticiones más infantiles, como esa de creer que cuando alguien se va, hay más chances de encontrarla en aquellos lugares por los que alguna vez estuvo.
Un buen día, cuando las noches dejaban de ser calurosas, el hombre decidió que no se movería de allí; que esperaría a Catalina cuanto tiempo fuese necesario, y que si ella no volvía, sería por alguna buena razón.
El hombre volvió a comer, resistió el invierno a base de fogatas y recuerdos, cuando no existentes, inventados. También es cierto que dejó de hacer mezcla y pegar bloques; decidió esperar a Catalina para continuar con la construcción.
-Y si no vuelve-pensaba a veces el hombre, en voz alta,-no valdrá la pena seguir edificando. Hay construcciones que se empiezan de a dos, y son demasiado grandes para ser terminadas por uno.
Ni un solo bloque volvió a ser colocado. Al menos hasta el día de hoy.
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Mmmmm......Darío no se conecta al msn para chatear con sus amigos que viven lejos....
ResponderEliminarDarío no se comunica con sus amigos que viven lejos.....
Mmmmmm........Darío está desaparecido
Mmmmm.......Darío escribe un cuento triste.
Darío debe de estar triste.
Need to talk?
Ahora quiero saber si Catalina regresa......
ResponderEliminar=(
Seba: txisolrai....
ResponderEliminarMiren: Mmmm...la verdad que no sé si Catalina regresa. Si querés te escribo la segunda parte; en verdad, para ser honesto, yo soñé esa historia....osea que tendría que soñar la segunda parte........mmmmm